Para la mayoría de las personas en el mundo, las celebraciones navideñas serán muy diferentes este año. La pandemia de COVID-19 nos mantiene lejos de las personas que amamos, y lo más sensato en estas circunstancias es quedarse, cada quien, en casa.
Eso significa que también nos vamos a perder de los grandes festejos de Año Nuevo, fiestas de fin de año de la oficina y reuniones con amigos, donde solía haber dos comunes denominadores: mucha gente y mucho alcohol. Era en este ambiente donde podían surgir amistades que el resto del año no se habían fraguado, o romances de una noche que no pocas veces eran motivo de arrepentimiento.
Sexo y alcohol
La supuesta vinculación entre el alcohol y el sexo no es nueva, pero tampoco se ha terminado a pesar de las diversas evidencias que indican que no es una buena combinación por muchas razones: porque no favorece la actividad sexual, porque interfiere con el juicio y porque puede llevar a exponernos al riesgo innecesario de infecciones de transmisión sexual, como el VIH.
El primer punto es el que hace al alcohol tan popular como supuesto afrodisíaco. La realidad es que demasiado alcohol en la sangre no causa más excitación, sino que solamente desinhibe a la persona. Es decir, no genera deseo sexual real, sino que más bien quita los frenos mentales que le dicen a cada quién cuándo es correcto o no dejar salir esos deseos sexuales. Por eso vemos aquellas escenas donde el gracioso de la oficina se enreda con la chica a la que nadie voltea a mirar nunca, o la más popular de las compañeras se esconde por un rincón con el respetable compañero casado, a cuya esposa todos conocen.
Falta de juicio y riesgo
El segundo punto se liga con el primero, pero no necesariamente tiene que ver con el deseo sexual. Es la falta de juicio la que nos lleva a decir lo mismo “este colega está casado, pero ¿qué importa?” que “necesito decirle al jefe lo mucho que me fastidia”. Si se tratara de otro ambiente, donde el alcohol corre igual, como un bar, podríamos subestimar el peligro de enrolarse sexualmente, sin protección, con alguien que acabamos de conocer.
Y ahí entra el tercer aspecto, que es el que implica un gran riesgo. La desinhibición y la falta de juicio colocan a muchas personas en un escenario donde no estiman necesario usar condón en una relación sexual. Tal vez lo piensen por un momento (se los han repetido tanto en la escuela, la televisión y las redes sociales), pero desechan la idea porque ¿qué es lo peor que puede pasar? “Esta persona parece sana”, “quiero tener las sensaciones a flor de piel”, “no voy a arruinar esta oportunidad”, son algunas de las justificaciones que una persona alcoholizada puede darse a sí misma (o a su pareja) para no usar protección.
Condón siempre
El alcohol produce, sí, una sensación de euforia, muy relacionada con las fiestas y la celebración. Sin embargo, usar condón es una decisión de salud sexual, y tomar decisiones sobre este tema en medio de un estado de intoxicación no es buena idea.
Probablemente, este año esos escenarios se vean lejos, pero en caso de que no sea así y tengamos la suerte de festejar en grupo, no está de más tener a la mano un buen paquete de condones, por lo que pueda pasar.
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