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Los primeros 15 años de la presencia del VIH en el panorama mundial fueron de desolación. Una persona llegaba al hospital gravemente enferma, era diagnosticada con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) y pocos meses después, moría sin que el personal médico pudiera evitarlo, por lo que existían muy pocos sobrevivientes del VIH.

Era un ambiente de miedo y dolor, donde las personas más afectadas por esa epidemia eran, además, las que ya estaban estigmatizadas por la sociedad: hombres homosexuales, personas que se inyectaban drogas, gente que vendía su sangre cuando esto todavía era posible (y perfectamente legal) en cualquier país.

Estas personas sólo se tenían unas a otras. Muchas vivían relegadas de sus familias o sus comunidades, y dependían de la ayuda de otras para pasar, con la mayor dignidad posible, sus últimos días.

Pero en medio de toda aquella crisis, no todos murieron. Algunos de quienes ya habían recibido un diagnóstico de VIH esperaban con angustia el momento de su final, pero éste no llegaba. Sepultaban a sus amigos, a sus parejas, a perfectos desconocidos que no habían tenido a quién recurrir, pero su propio momento jamás se presentó. Son los llamados long-term survivors, o sobrevivientes de larga evolución, aquellos que contrajeron el virus en los primeros años, pero lograron vivir con él aun cuando no existían tratamientos.

Heridas que permanecen

Las personas sobrevivientes del sida, como también se les ha llamado por haberse infectado en una época en donde ese síndrome era el único panorama posible para alguien con VIH, hoy han envejecido. La atención médica que requieren no sólo se conforma por el bienestar físico, sino especialmente por la salud mental.

Estos sobrevivientes del VIH pasaron años agobiados entre la incertidumbre sobre su salud, la tristeza de ver morir a mucha gente y el estigma que se le asignó al VIH. Fue hasta 1996, con la creación de los primeros tratamientos antirretrovirales altamente activos (HAART, por sus siglas en inglés), que recobraron la esperanza.

Pero hoy todavía tienen mucho que decir. Si tú vives con VIH, es posible que en la clínica a la que acudes o en el grupo de apoyo al que te integraste conozcas a uno o más de estos sobrevivientes. Son aquellos que adquirieron el virus en los años ochenta, y que hoy pueden tener más de 50 años de edad. Son quienes necesitan hablar sobre sus pérdidas, sobre su vida solitaria o incluso sobre los planes de retiro que no hicieron porque no sabían si llegarían a la vejez.

Son personas que precisan una especial atención para que los médicos puedan detectar a tiempo algún cuadro de depresión, y que requieren apoyo y cuidados que quizás, en su momento, el sistema de salud tampoco previó.

Si bien hoy el VIH ya no es, por lejos, una sentencia de muerte, sí requiere de una atención integral que las personas con el virus tienen derecho a exigir. Si tú vives con el virus, acércate a tu equipo médico y háblale de tus necesidades, así participas de forma activa en el cuidado de tu propia salud.

Y recuerda que en AHF Panamá podemos ayudarte a iniciar o retomar tu tratamiento contra el VIH. Acércate a nuestras oficinas o escríbenos por Whatsapp.

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